Ideas y Consejos - Historia y Tradición
Llegó Febrero y con él, la fecha más importante para los enamorados. Todos sabemos que el 14 se celebra a San Valentín, pero ¿sabes quién fue este Santo al que todos mencionan esta fecha?
Imagina que retrocedes en el tiempo. Llegas a la antigua Grecia y descubres que en el día de San Valentín se celebra una fiesta en honor a Pan; casi no ves nada entonces, pues hay pocas noticias de esas fechas.
Avanzas en la línea del tiempo, ves a Rómulo y Remo amamantados por la loba, el tótem protector de la Roma antigua; ves los primeras poblaciones, luego el Imperio.
Majestuosos los romanos de entonces, suntuosos. “Al pueblo pan y circo”, dice alguno. Y en efecto, sus festividades sobrepasan en mucho a las fiestas actuales.
Es de pronto el quince de febrero, han pasado varios siglos y estás en los años posteriores al nacimiento de Cristo. Hay una fiesta. La miras desde el monte Palatino. Es una fiesta en honor a Lupercus y se celebra en una cueva. La festividad se denomina Lupercalias. Arriba la gente.
Hay expectativa. Los sacerdotes sacrifican a unas cuantas cabras y a un perro. Luego, con sus cuchillos afilados ungen las frentes de dos jóvenes, cuyas cabezas son “limpiadas” con lana previamente remojada en leche.
Las pieles de las cabras y del perro son cortadas en tiritas. Los jóvenes ungidos toman las pieles y flagelan con ellas a la gente que pasa; las doncellas y las mujeres recién casadas esperan impacientes a ser golpeadas con las pieles, pues ello les asegurará mucha prole y partos indoloros. La gente ríe, por supuesto. Lupercalias es una fiesta divertidísima dedicada a la purificación y la fertilidad.
Pero como todo lo divertido termina y termina mal, en el año de 494 el Papa Gelasio I decide cancelar la fiesta y sustituirla por una fiesta en honor a la Virgen María. Se termina pues tu estancia en Lupercalias y de ahí retrocedes un poco en el tiempo hasta llegar a mediados del siglo III.
Hay un hombre que camina despacio, lo sigues. Se llama Valentín y no sabes si es obispo de Terni o sacerdote de Roma (de hecho, tampoco los historiadores han podido ponerse de acuerdo por cuál de estos dos mártires se celebra la actual fiesta del catorce de febrero). El caso es que no sabes dónde estás, pero no te importa. Has encontrado a Valentín y lo sigues en sigilo. Es un hombre barbado y bondadoso. Su mayor deseo es ayudar a los niños y a la gente necesitada. No obstante, cuando los tiempos de guerra llegan, el emperador Claudio II comienza a reclutar hombres para su ejército y, para su sorpresa, descubre que los varones romanos no quieren enlistarse porque no desean abandonar a sus novias o esposas. Sabiendo esto, Claudio tiene una idea: prohibir los matrimonios.
Esta vez, Valentín, el sacerdote de Roma, toma una decisión contra el emperador: casará a los enamorados en secreto. Ahí estás tú, luego de seguir a Valentín por un rato, entras en las catacumbas. La noche es cerrada. La entrada a las catacumbas es sinuosa; te detienes de las paredes para no caer. Dentro, un montón de velas iluminan las paredes de tierra. Hermoso el espectáculo y siniestro a la vez. Están ahí unos novios que, enamorados, se besan en la boca. Valentín los casa en esa noche sin luna: marido y mujer salen de la catacumba entonando una canción.
Pronto, el rumor de las bodas secretas se difunde y son muchos los novios que por las noches le piden al sacerdote que celebre la misa nupcial.
Nada dura para siempre, sin embargo. Un cierto día en la mañana, un soldado herido de amor va hasta las puertas del palacio de Claudio II y denuncia al sacerdote.
Valentín es apresado y al poco tiempo decapitado. Se dice que durante su estancia en prisión le devolvió la vista a la hija del carcelero y que, poco antes de morir, le escribió una nota firmada: “Tu Valentín”.
Tu viaje ha ya terminado: hoy conoces la leyenda del día en que los enamorados llenan todos los hoteles de casi cualquier ciudad.
En la actualidad los restos de San Valentín descansan en una basílica homónima en la ciudad italiana de Terni y cada 14 de febrero reciben la visita de parejas que prometen casarse al año siguiente. Una pedida de mano al pie de la tumba del santo que utilizó el amor de pretexto para extender el cristianismo.
Margarita Montes B. Robert, Jean-Noël. Los placeres en Roma
Editorial Edaf: 1992.
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